
No sé porqué dejé que el autobús me llevara unas doce calles más arriba de donde realmente tenía que ir. Cuando finalmente me bajé, lo primero que vi fue un comercio de compra y venta de oro y unos seis tipos que me miraron con cara de «otra turista perdida». Caminé a la izquierda y decidí devolverme; los saludé a mi paso y entré a un local donde daba igual pedir Ropa Vieja, una cerveza o una limonada a esa hora. Eran las diez de la mañana.
Le pregunté a Laura, así se llamaba la que atendía la barra, dónde estaban los murales, los viejitos jugando dominó, los habanos, las pinturas improvisadas. «Vaya, que eso no es aquí. Eso es más pa’ allá, ¿tú sabes? En la 8, que aquí no vas a ver mucho. Si tú lo que quieres es tomar fotos, vete pa’ allá. ¿Tu ves donde dice Fritanga? Bueno, ahí pegadita por la derecha, doce calles pa’ arriba, que estás muy lejos». Y comencé a caminar.
Si vas a viajar a Miami y te encanta probar nuevos sabores, este tour gastronómico por Little Havana te hará delirar con buenos platos al ritmo de salsa.
Estar en la Pequeña Habana, esa parte de Miami que reúne a la comunidad cubana y centroamericana, es lo más parecido a una fiesta, de esas que se arman a cualquier hora. El recorrido es pintoresco, desenfadado, caluroso. Confieso que a veces Miami se me hace lejana y rutinaria, pero caminar por aquí y sobre todo por la famosa Calle 8, me reconcilia con lo que espero de una ciudad: sonidos, sabores, gente que se acerca y te cuenta cosas, gente que saluda a tu paso y así.
Ya no recuerdo cuántas veces crucé la calle de un lado a otro. No era de extrañarse ver fotos, pinturas y afiches de Celia Cruz en varios lugares; o de escuchar su música mientras limpian un local de comida mexicana que aún no había abierto a esa hora. Hay que caminar mirando al suelo para que no pase inadvertido el Paseo de la Fama, que yo me di cuenta cuando pisé la estrella de María Conchita Alonso y me encontré más adelante con la de Cristina Saralegui, Thalia y de alguien más que ya no recuerdo. De repente, un mural con las caras de Selena, Pedro Infante, Tito Puente, Rocío Durcal y varios más. Más allá, una pintura de Pitbull, otra de la Lupe y hasta de Los Beatles con las emblemáticas figuras de dominó. Luego, el olor de un habano que me llevó directo a una tienda llena de cajas y cajas de habanos y de varios tipos fumando, como detenidos en el tiempo: pantalón blanco perfecto, zapatos pulidos, sombreros combinados y sin prisa, como si afuera no hubiera Calle 8 pa’ caminar.
Me detengo en El Cristo Restaurant, no para tomar un cortadito, pero sí una limonada de la casa que promete ser la mejor de la calle. Aprovecho de comprarme unos tostones que devoré con un mojito del que aún siento el sabor. Estuve mucho tiempo ahí, sentada, tarareando una salsa del grupo Niche que sonó tres veces hasta que, una vez más, volví a cruzar la calle y varios minutos después, me vi sentada aprendiendo a jugar dominó; porque no juegan dominó como yo sabía, sino con una estrategia rara que no asimilé por estar pendiente de recordar sus gestos y las risas que llenaban ese parque, el Máximo Gómez Park, ya a pleno mediodía. Ahí mismo, me iban a hacer una caricatura por 5$ y prometí detenerme cuando estuviera de vuelta pero, como siempre, caminé más de la cuenta y no regresé por esa misma calle. Llegué hasta donde está un gallo, puesto en una esquina, con un cartelito que dice «Welcome to Calle 8 Miami» para darme cuenta que la había caminado al revés.
Las fotos de mi recorrido por Little Havana, las puedes ver AQUÍ

Buenos cafés concentrados en dedales que me tomaba en La pequeña Habana de Miami, hace ya más de 35 años.
En aquella época Miami era la repera, el Jai Alai siempre a tope
Saludos
Saludos
Qué bueno entonces que este post haya servido como una especie de Déjà vu! Un abrazo,