*Después de leer este post, se recomienda escuchar -a todo volúmen- “Ahora” y “Como lo pedí” de Bomba Estéreo
Cuando terminé la meditación, tenía la franela llena de llanto. Me concentré en el mantra como quien se aferra a un amuleto e hice caso en visualizar a mi niña interna y abrazarla. Mi madre a la izquierda, mi padre a la derecha y detrás, mi linaje. “Pídeles que te acompañen y que te dejen hacer las cosas a tu manera”, me dijo Maga y yo sentí que el aire se inundó con el aroma de los duraznos de mi niñez. Estaba sentada en el sofá azul y sentía la brisa breve y caliente del verano de Madrid. No tenía calor, solo el afán de la quietud, de estar en equilibrio.
Comencé a meditar hace dos años y desde entonces mi mente ha creado imágenes disímiles. He aprendido a respirar, a no forzar nada, a sentir, a observar lo que me atraviesa. Las resistencias me han brotado en el cuerpo en forma de dolor de cabeza, ganas de estornudar y molestias en las rodillas. De tanto inhalar y exhalar, me he borrado malestares y puesto mi concentración donde consigo paz.
“Mi zona de confort es el viaje: ese andar constante preguntándome cosas, ese responder muchas veces las mismas preguntas, no entender, perderme, caminar por horas sin revisar un mapa, cansarme, ir de un lado a otro sin orden aparente, dormir cinco horas seguidas en un tren en India y despertarme a tiempo en esa parada siempre impuntual. El viaje me reta, me construye, me aviva todos los sentidos. Me siento menos cómoda cuando estoy quieta, cuando se me instala la rutina, pero son los momentos exactos para encontrarme con mis sombras; esas que también se van conmigo mientras me muevo”
Escribí eso un día de mayo de 2021, en Caracas, lejos de donde estoy ahora. Ya Madrid era mi mapa definitivo -quiero decir, la decisión de venir a vivir a Madrid era una certeza- pero siempre creí que al llegar aquí, el viaje seguiría dictando el orden de mis días. Pero no. Y no lo supe hasta que me senté a escribir esto para La Vida de Nos y lloré como tenía tiempo que no lo hacía. Dejar salir esas palabras fue una revelación: miré mi adentro, solté emociones y avancé. Avanzo.
Releo esa frase: «me siento menos cómoda cuando estoy quieta» y sonrío. Ahora, lo que más busco es quietud. Claro que quiero seguir viajando, pero mucho más para mí, más lento. Desde hace mucho ejerzo la voluntad de ir sin prisas y se me ha incrementado con el paso de los años. No pienso en followers, no sé de estrategias de marketing ni algoritmos. Me concentro en ser y que esa esencia sea la que conecte y teja redes. Y aprendo, tengo muchas ganas de aprender, de seguir preguntándome cosas hasta en los momentos más absurdos. Quiero seguir llorando de emoción porque el día está azul, por las frases de un libro, por lo mucho que me conmueve la luz de la tarde o porque escucho el sonido de violines brotando de una acera cualquiera de Madrid.


Tenía tantas ganas de estar aquí, en esta ciudad tan ajena a la mía, que nos hemos creado un romance lento, lleno de matices. Madrid y yo somos, sin forzarnos. Y como los buenos amores, estremecen desde adentro y me encuentro, cada vez, mirando todo con la ingenuidad de las primeras veces. Me gusta creer que los buenos amores duran para toda la vida y sé que si algún día nos dejamos, Madrid y yo seremos amantes juguetones, eternos, inolvidables.
Entiendo que la lejanía sirve para darle sentido a algunos significados: nostalgia, palmeras, mango, abrazo, Caribe, extrañar. Tengo un diccionario repleto de palabras que me construyen y que se me re definen en el cuerpo según en Madrid van pasando los días; según voy entendiendo cómo se siente el verano, cómo se estornuda en primavera o mientras imagino cómo será ver caer el otoño en mis pies, por vez primera.
Y lo que me sostiene, todo lo que está detrás, es la convicción de que no quiero estar en otro lugar que no sea este. Que de tantos mapas dibujados con los dedos, todos mis puntos cardinales coinciden aquí, en el equilibrio de mis emociones. Que no sé lo que viene, que solo quiero ser y eso es lo más honesto que me puedo decir todas las mañanas al despertar. Qué dicha poder elegir. Madrid, mi ahora.