Llegué a Cracovia después de casi cinco horas en bus, desde Varsovia. Llevaba solamente el morral pequeño, mi carry on y un cansancio leve de tanto caminar ciudades. Eran cerca de las cinco de la tarde y decidí ir andando desde la estación de buses hasta el hotel porque el mapa decía que solo me iba a tardar 15 minutos o menos, si aceleraba el paso. Ese día, Cracovia tenía una luz hermosa y arrastré mi maleta entre calles vacías con edificios de ventanas amplias. Me crucé con otros viajeros, mapa en mano igual que yo, con algunos vecinos que en vez de maleta, llevaban el carrito con la compra del día, pero no me detuve mucho. Quería llegar al hotel y quedarme un instante quieta. Si bien me gusta quedarme en hostales y conversar, esta vez apreciaba mucho una habitación para mí sola y poder estar en silencio. Cuando llegué al hotel Avena, así se llama, me gustó la claridad de su recepción, lo pequeño y cómodo que se veía y sobre todo, la tranquilidad. Sonreí ante la idea de pasar cuatro días allí, sin prisas.
Al subir a la habitación, agradecí la calidez. Me esperaba un cuarto cómodo, lleno de azul y blanco y con una silla amarilla para contrastar. Mi propio escritorio, una ducha amplia con agua caliente, un televisor que cantó siempre mientras me vestía y que de resto, permanecía apagado; una ventana amplia con vista a algunos edificios viejos que me parecían llenos de historia y dos galletas de avena sobre la almohada que devoré casi de inmediato. Llegar al hotel Avena en Cracovia fue una sorpresa que me hacía falta. Mi cansancio y yo se acostaron en la cama y de repente, no me quise levantar, pero me obligué. No había comido desde el mediodía y quería darle un vistazo a la ciudad. Menos mal que lo hice, porque afuera la luz estaba luciéndose con todos sus destellos.
La luz de Cracovia, esa tarde
El casco histórico de Cracovia queda a 15 minutos caminando, siempre derecho, desde el hotel Avena. En la ruta aparecían los tranvías, los buses, algunos mini mercados, la gente caminando rapidito para llegar a algún lugar y luego, otra gente leyendo sus mapas para no perderse nada del centro, uno de los más hermosos de Europa. Recuerdo haber caminado sin orden, no sabía qué comer porque la luz de la tarde me tenía emocionada, y la gente, y el mercado improvisado y la alegría de ver una ciudad por primera vez. Pero ese es otro cuento, volvamos al hotel.
Me gusta el nombre: Avena. Y podrá parecer una rareza, pero se llama así por los orígenes del Nowy Kleparz Market, que está justo en la calle del frente. Y es que antes, mucho antes, se comerciaba mucho con avena y lo que quisieron rescatar en este hotel era un pedacito de la historia de Cracovia, pero un ambiente contemporáneo. Por eso se dejan ver espigas de avena por ahí, mucha madera, vidrio y metal en un ambiente realmente cálido. Ya lo dije, es pequeño, pero cómodo y muy bien conectado para llegar en autobuses, tranvía o caminando a cualquier lugar de la ciudad.
Durante cuatro días disfruté de noches tranquilas y silenciosas, de un desayuno completo con frutas, cereales, variedad de panes, jugos, alimentos fríos y calientes. Amo los desayunos incluidos en los hoteles, porque me permiten comenzar el día con energía, así que mi plato siempre tenía porciones generosas de huevos fritos o revueltos, salchichas, pan, pero también frutas y yogurt como para no desentonar. Allí mismo, en el área del restaurante, hay un bar pequeño y cuando llegaba al final de las tardes, siempre había alguien sentado disfrutando algún trago con mucha tranquilidad. Es un buen hotel para quienes viajamos solos o por negocio, para quienes apreciamos el silencio y la buena atención porque son muy amables y están siempre dispuestos a dar una mano, guiar con alguna dirección o lo que se necesite.
Mi habitación durante cuatro díasAsí estaba cuando llegué, con esa luz y las galletas de avena sobre la camaParte del buffet y uno de mis copiosos desayunosUna de esas mañanas, en el restauranteEl restaurante y el barY un poco más cerquita
El hotel Avena forma parte de la cadenaArtery Hotelsy tiene todo lo que se espera de un hotel con varias estrellas: wifi en todas sus áreas, privacidad, lavandería, estacionamiento, traslados al aeropuerto, restaurante, bar, atención las 24 horas en la recepción. Está muy bien conectado, en un área tranquila y callada de Cracovia. Pueden seguirlos en su cuenta deInstagram.
En mi mapa de Italia nunca tracé ninguna ruta para ir a Venecia. ¿Les pasa que hay ciudades que se pueden dejar para después? Eso era Venecia para mi: una ciudad postergable, un tumulto que no quería desandar, un después para quién sabe cuándo, si es que acaso alguna vez. Pero como los viajes nunca son lo que se planean, la ruta me llevó a Milán solo por intentar llegar a Madrid sin pagar mucho y como nada estaba bajo mi control –aunque creía que sí– pasé unos días en Verona y fue allí, en esa ciudad que tampoco aparecía en mi mapa, donde me convencieron de ir a Venecia: estaba a solo una hora de camino en tren y sería el único día soleado de toda la semana, mientras en Verona estaría lloviendo. Así que fui a Venecia ida por vuelta, sin esperar nada. Solo por el afán de ver y abarcar más caminos. Pero viajar a Venecia fue una revelación. A esa ciudad que flota, llena de gente, la encontré tan fotogénica que fue difícil no quererla a primera vista. Venecia se me coló por todos los sentidos y fui desandando sus sonidos, sin ningún tipo de orden. No tenía un mapa y poco me importaba. Seguí a la gente, leí los avisos en las paredes, subí sus puentes, entré a callejones, me enredé en tendederos, miré por las ventanas. Me perdí, creí que no iba a saber a volver, la caminé con sorpresa y asombro: por aparecer tan tranquila y al mismo tiempo, tan abarrotada de gente, con tanto ruido y movimiento. Ahora que escribo esto, no puedo evitar pensar cuánto ha descansado Venecia de nosotros, cuán sereno debe andar su paisaje e imagino a sus habitantes yendo al mercado, por fin, sin nadie tomando fotos a su alrededor. Qué cansada debes estar, Venecia, pero qué hermosa eres. Y eso es lo que vengo a contar de ti.
Si prefieres, puedes reservar este tour privado por Venecia, con guía en español para que no te pierdas de nada. Otra opción es hacer este free tour por la ciudad.
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Cuando la cuarentena comenzó, tuve la fortuna de estar terminando un viaje y llegar a tiempo a casa. Pero desde ese mismo instante comencé a leer historias de viajeros que no pudieron volver al lugar donde les habría gustado estar. Peor aún, han pasado ya poco más de tres meses desde que comenzó el encierro y muchos aún no han logrado volver a sus casas y han tenido que lidiar con el susto, el miedo lógico de contagiarse o no en medio de esta pandemia que nos confina. Pensando en ellos, aplaudo las certezas, como la de Assist-365 y su nuevo plan Global Care que cubre la asistencia médica necesaria por el Covid-19.
Ya Assist-365 tenía una cobertura que fue creada para resolver la contingencia por el Covid-19. Se trata del Medical Express y que resultó ser una solución favorable para quienes se encontraban en otros países un poco desamparados y con incertidumbre, sobre todo porque podían -pueden- hacer uso inmediato de la misma. Algunos aspectos claves que deben saber del Medical Express son:
Servicio de telemedicina, sin límites de uso, con Dr Online
Posibilidad de realizar una receta para medicación de uso regular, siempre y cuando se haga el upgrade de preexistencias
Medicamentos por inconvenientes no preexistentes están incluídos
Realizar consulta vía Dr Online por síntomatología de Covid-19
Cubre gastos médicos hospitalarios
Se pueden contactar vía WhatsApp, las 24 horas
El plan tiene un precio de 55 USD por 35 días y se puede renovar hasta un máximo de un año.
La cobertura es mundial, excepto en el país de residencia
Ahora, con el Global Care de Assist-365 pueden tener asistencia médica si han dado positivo al test del Covid-19, por lo que es una buena opción si aún están fuera de casa y no quieren correr riesgos, sobre todo ahora en estos momentos que parece que el virus ha tenido una nueva escalada y esos espacios de «libertad» que se habían logrado, vuelven a estar en confinamiento. A diferencia del Medical Express, este plan no puede usarse de inmediato: se deben esperar 48h para acceder a sus beneficios y, si ya se tiene el Covid-19 y se contrata el plan, se deben esperar varios días más. Por lo tanto, es un buen plan preventivo si sienten que están en una zona de alto riesgo y que, en cualquier momento, pueden contagiarse. En todo caso, los beneficios claves del Global Care por Covid-19 son:
Gastos de atención médica y hospitalarios hasta 10.000 USD
El año pasado, por primera vez, me hicieron una carta astral.Fui sin saber qué esperar y me senté frente a la astróloga a ver cómo conectaba líneas y me contaba cosas a las que antes de ese instante, no le había encontrado una explicación certera. No entiendo la astrología, no sé de casas, planetas, ni de ascendentes, pero sí creo en la energía y no sé si una cosa tenga que ver con la otra, pero ahí había mucho de eso. Luego, otro día, volví para hacerme una alineación de chacras, sin saber que estaba desalineada. Fue más curiosidad. Así que hice caso cuando debía inhalar y exhalar, me guié por lo que veía y sentía y me dormí sin darme cuenta. Al despertar, 50 minutos después, tenía retazos de sueños y los conté en voz alta. En ellos había frío, auroras boreales, lobos siberianos. Soñé con Alaska, le dije, como si tal cosas. Y debe ser porque siempre he querido ir. Mis líneas, me dice, me guiaban hacia lo nórdico, para honrar a mis ancestros. Hice nota mental y luego, guardé las palabras en ese espacio en el que uno las olvida momentáneamente, y seguí.
Pasaron varios meses y, de repente, Estocolmo apareció en mi mapa. Yo no lo busqué, solo se convirtió en la opción mas precisa e inesperada y, sin pensarlo mucho, lo tomé. Casi dos días después, lo lamenté: la capital sueca era más costosa de lo que mi presupuesto podía permitirse, pero ya estaba hecho. Volaría a Estocolmo a buscar quién sabe qué y pensar en la lejanía me daba emoción y mucha curiosidad. Una semana antes del viaje, mi astróloga -porque los astrólogos pasar a ser de uno- apareció y todo coincidió para la segunda alineación de chacras (son tres), así que ese día llegué temprano y ella también, hablamos de esencias y yo elegí la de eucalipto, la de yerbabuena y la de menta y se rió, como quien sabe algo que yo no. «Entonces, ¿a dónde te vas?» A Estocolmo, le dije. «¿Qué día?» Tomó nota. «Claro, tú línea nórdica está ahí, te dije que irías al norte». Me quedé callada, mientras sacaba de la gaveta de mi mente sus palabras de meses atrás. Lo había olvidado: el frío, el norte, las auroras. Estocolmo era una casualidad, no una respuesta a mis chacras alineados, pero estaba ahí, a punto de viajar al norte sin darme cuenta que era hacia allí donde estaban guiando mis pasos planetarios.
Así que tenía que estar atenta a las señales.
Cuando uno viaja, y sobre todo, cuando se viaja solo, todos los sentidos adquieren otro nivel. Se escucha, se mira, se prueba con más atención. Explorar las ciudades con ese silencio interior, hace que nuestras emociones estén mucho más latentes. Aunque sea un cliché, es cierto: uno viaja para encontrarse. Cuando llegué a Estocolmo, llovía y hacía un frío de -4 grados. Por los costos de la ciudad, había decidido no comer nunca un día afuera, sino cocinar a diario. Todos los días en la ciudad me quedé con una venezolana que vive allí desde hace 16 años, así que las noches se nos iban en preparar cena, contarnos el día y ver Grey’s Anatomy hasta que sueño nos vencía.
Salir a ver la ciudad, era un descubrimiento cada vez. Tomaba el metro -con la suerte de estar en la única línea que circular sobre la ciudad y no es subterránea, la verde- peleaba con la calefacción (porque no es posible salir en capas y luego morirse de calor al entrar algún sitio) y luego, llegaba a la ciudad vieja a caminar en desorden, a adivinar, porque todos los días dejé el mapa en la casa y soy incapaz de recordar los nombres, monumentos o cualquier otra cosa importante que haya que ver. Y aunque lo eché en falta -el mapa, me refiero- estuvo bien caminar por instinto y circunstancia.
Si algo me guiaba en Estocolmo eran los colores de los edificios. Me hacían ir de un lado a otro y quedé absolutamente rendida ante sus fachadas, el silencio, la tranquilidad. El sueco -vamos, al menos el sueco que vive en Estocolmo- no sufre de prisas: no tocan la bocina, esperan que cruces la calle, te dan permiso cuando lo necesitas. Eso sí, no sonríen mucho y cuando tú lo haces, lo reciben como si tuvieras algo en su contra. No me atrevería a abrazar a un sueco sin preguntarle primero.
Estocolmo es pequeña, tiene 14 islas y 57 puentes que te hacen conectar las calles sin darte cuenta. Es absolutamente fotogénica, incluso en sus días más nublados, con la nieve que va cayendo despacio para dibujar otro paisaje, con las gaviotas que combina con el cielo gris oscuro. A mí me gusta el frío y es extraño que siendo tan del Caribe, lo disfrute tanto. Siempre bromeo diciendo que tengo una palmera bajo el brazo, pero la verdad es que el frío me llena de adrenalina, me hace ver los sitios de otra manera y supongo que me pasa porque solo estoy de paso, no vivo en esos lugares. O, ahora que lo pienso, quizás mis líneas nórdicas -las que dice mi astróloga- hacen que mi delirio por el frío sea más natural. Pero sigamos.
Estocolmo aparece en mi mapa lleno de colores y si algo me gustó de ellos es la devoción que sienten por el café. A mí me gusta el café, muchísimo, y por eso mismo prefiero no tomarlo porque el exceso alguna vez me causó una gastritis severa, que me sigue pasando factura cuando sucumbo al aroma. Pero en Estocolmo -y entiendo que en toda Suecia- el momento de tomarse un café es inquebrantable. Fue en esta ciudad donde descubrí el amor a una palabra que no es mía: «fika» y significa: ese momento en el que te tomas un break, solo o acompañado, para disfrutar de una taza de café o té, y un dulce. Me parece una palabra hermosa.
Hice fika una vez, en un café lindo, distante del bullicio en un vecindario tranquilo. La gracia de un café y un cinnamon típico sueco me salió en 11$. Yo quería hacer fika todos los días, pero la ciudad iba en mi contra, aunque una vez entré por casualidad a un 7Eleven y me compré el café y el cinnamon por 4,50$. Hermosa la palabra fika, pero uno tiene sus prioridades.
Aun nublada, tiene su encanto
Pagas por una taza de café y puedes quedarte y servirte todas las veces que quieras
Amo todos los cafecitos de la ciudad
¡Fika, siempre fika!
No importa el reflejo, importa la ocasión
Estocolmo me pareció hermosa desde las alturas. La brisas que se escapa del agua y que parece venir de todos los lugares, hace que desde lejos la ciudad se vea bonita, ordenada -porque lo es- y muy quieta. Es una de las ciudades con el mejor sueldo del mundo (nada más el salario mínimo ronda los 1600 euros), la educación y la salud son gratuitas, todo funciona como se debe y, sin embargo, el promedio de habitantes con depresión es altísimo y con ello, una gran inclinación al suicidio. El frío hace estragos en el ánimo, pero también el ritmo sueco, ese no hablar con el otro más de lo necesario. No lo tengo claro solo con siete días en la ciudad, solo puedo hacerme una idea cercana.
Ya me fui de allí y aún no sé porqué mis líneas astrales insisten en el norte. Supongo que hará falta permanecer más tiempo en otros paisajes, volver o, por los momentos, será suficiente prestar atención a todo lo que pasa por mi cabeza mientras me encuentro muy al norte de mi mapa, ahí al norte de todas mis emociones.
Puedes hacer este free tour por Estocolmo con un guía en español, y así conocer mejor los vericuetos de la ciudad.
En Estocolmo hay tres aeropuertos: el de Arlanda (a 45km), el de Skavsta (a 100km) y el de Bromma (a 8km) al que no es muy común llegar. Como la capital sueca es algo costosa, está bien explorar todas las posibilidades para movilizarse y así decidir cuál es la que más conviene. Yo entré por el aeropuerto de Arlanda y salí por el de Skavsta, así que aquí les cuento con detalle para que sepan qué hacer.
Cómo llegar al centro de Estocolmo desde el aeropuerto de Arlanda
En autobús. Es la opción más económica, aunque no la más rápida. Hay dos líneas de autobuses que cubren la ruta en 50 minutos: Sewbus y Flygbussarna, que fue la que yo utilicé. Ambas llegan a la Estación Central y salen del aeropuerto cada 10 o 15 minutos. Puedes llegar y comprar directamente el ticket al conductor, en efectivo, o reservar desde la página web un ticket abierto que será válido para tres meses, en cualquier horario, cubriendo esa ruta. El ticket de solo ida costó 10,50$ (marzo 2019), solo esperé 10 minutos y subí al autobús. Tienen wifi, conexión USD y el trayecto es rápido y tranquilo. También los autobuses de Flyxbus cubren la ruta por menor precio (5$), pero los horarios son fijos y deben comprarlos online, así que tendrán que chequear si coincide su llegada con alguna de sus salidas o les vendrá mejor esperar cualquiera de los otros buses.
En tren. El Arlanda Express es la opción más rápida para ir al centro de Estocolmo, pero es más costosa. Puedes llegar en 20 minutos y son unos 25$ el trayecto, solo ida. Igualmente, puedes reservar en la página o comprar el ticket ahí directamente. Los niños hasta seis años viajan gratis.
En taxi. Moverse en taxi será más rápido y te costará al menos, 50$ el trayecto. Los taxis están a la salida del aeropuerto y la tarifa es fija. Aún así, recomiendan acordar el precio del recorrido antes de iniciar el viaje, para evitar malos entendidos.
Para ir del centro de Estocolmo al aeropuerto de Arlanda en autobús o tren, hay que ir hasta la Estación Central. Es importante chequear los horarios de salida de la compañía que elijan para que coordinen con el vuelo y no lo pierdan, pues la regularidad de las salidas es distinta de los que vienen desde el aeropuerto.
La llegada del bus a la Estación Central de Estocolmo
Aeropuerto de Svaksta
Cómo llegar al centro de Estocolmo desde el aeropuerto de Svaksta
Este es el aeropuerto más lejano (100km) y está en Nyköping en el condado de Södermanland, pero es a donde llegan las aerolíneas de bajo costo como Ryanair. Estas son las opciones.
En bus. Flygbussarna cubre el trayecto en 1h30min hasta la Estación Central y el boleto, solo ida, es de 15$. Pueden comprar el boleto online y será válido por tres meses cubriendo esa ruta o hacerlo directamente al conductor, en efectivo. Sepan que los niños menores de 12 años viajan gratis. La salida de los buses está coordinada con la llegada de los vuelos, por lo que no deberías tener problema para conseguir uno.
En bus y tren. Se puede hacer una combinación y viajar en el bus local 515 hasta la estación de tren Nyköping (se debe comprar el ticket en el kiosco Pressbyrån) y de ahí tomar el tren hasta el centro de la ciudad en, más un menos, una hora. Si hacen esta combinación, pueden aprovechar de conocer Nyköping por un buen rato y luego seguir hacia Estocolmo.
Recuerda que siempre será mejor movernos por ahí con un buen seguro de viajes. Si utilizas el código viajaelmundoen este enlace,tendrás un 5% de descuento con Assist 365 en cualquier cobertura que elijas. ¡Buen viaje!
Si prefieres contratar traslados en Estocolmo, para mayor comodidad, puedes hacerlo desde aquí con total seguridad.
Busquemos a Kerala en el mapa. Está al sur de India, tan cerca de Sri Lanka que uno desde aquí -desde aquí, el otro lado del mundo- no entiende tanta lejanía. Pero está ahí, con su calor a punto, con sus meses de lluvia y humedad, con su paisaje tan distinto a lo que se espera de India. No sé exactamente qué es lo que se espera, pero quizá no sean palmeras y Kerala tiene muchas, por todos lados. Por eso la llaman «la tierra del coco» (Kera: coco / Alam: tierra) y a lo largo de todo su territorio, se esmeran por llenarnos de sus beneficios. A cada sitio que llegaba, me recibían con agua o leche de coco, supe cómo trabajar con su fibra y crear zarcillos, collares y pulseras. Incluso, tela. Sí, estuve en Kerala como parte de la 5ta temporada del Kerala Blog Express y seguro ahora que estás leyendo esto, te va a picar la curiosidad y querrás ir también de la manera que sea. Aquí voy a contar todo lo que aprendí.
¿Qué es el Kerala Blog Express?
Es un concurso anual que abre la Oficina de Turismo de Kerala y al que pueden aplicar creadores de contenido de viajes de cualquier lado del mundo. Si eres blogger, vlogger, etc y tienes una audiencia que sigue tus viajes, puedes concursar. La convocatoria se abre a través de su página principaly para el 2019 cambiaron por completo la dinámica de elección. Antes, tenías que inscribirte en la página, esperar que aprobaran tu perfil y comenzar a pedir votos para optar por un puesto. Ahora la cosa es así: debes pedirle a tus amigos, familiares y seguidores que te nominen y eso lo hacen completando algunos datos que pedirán sobre ti (nombre, correo, país de origen y una opinión de porqué deberías ganar). Ellos recibirán y chequearán cada nominación y quienes más reciban, ya quedarán como parte de los 30 ganadores. No tan solo analizan las nominaciones, sino también la interacción en redes, alcance, etc. A mí me ayudó muchísimo que fui la primera persona en postularse desde Venezuela y debo confesar que no me iba a inscribir y lo hice por insistencia de Analú, otra viajera que había ganado un puesto en la edición pasada. Qué bueno que le hice caso.
Aquí estábamos 30 viajeros, de 28 países distintos / Foto: Kerala Blog Express
Siempre estábamos juntos para arriba y para abajo / Foto: Kerala Blog Express
Y casi todos los días aparecíamos en algún periódico indio, porque los periodistas iban contando la travesía
¿Qué gastos deben asumir en el Kerala Blog Express?
Al inscribirse, deben leer bien las letras pequeñas, para que sepan bien cómo va todo y lo más importante que deben saber es que cada viajero debe comprar su boleto a la India (desde donde sea que esté) y la empresa cubrirá el 70% de ese costo, hasta 1000$. Ese dinero se los entregarán el primer día del viaje, en rupias (moneda de la India) y podrán cambiarlo en dólares, libras, euros o la moneda que necesiten, al final del viaje. La oficina de turismo especificará el día y aeropuerto de llegada y el día y aeropuerto de salida, pero el itinerario que quiera seguir cada viajero después de eso, es libre. Es decir, puedes extender tu visita el tiempo que quieras (según lo permita la visa), pero ya los gastos corren por tu cuenta. Otro costo que deben asumir es el de la visa, un proceso que se haceonline y que, en el caso de los venezolanos, cuesta 120$. Todas las compras personales y bebidas alcohólicas que no estén estipuladas en la travesía, van por cuenta del viajero. De resto, no tienen que preocuparse por nada. Los hospedarán en hoteles 3, 4, 5 estrellas, compartiendo habitación y rotando constantemente. A veces tocarán hoteles sencillos y en otras ocasiones, algunos hasta con piscina en la habitación.
Qué debes saber antes de ir a Kerala
Hay varias cosas que debes tomar en cuenta antes de hacer un viaje a Kerala, o a la India en general, pero me voy a centrar en el sur del país que es la zona que visité. Las contaré en el orden que creo conveniente ir resolviendo:
Necesitas una visa. Como ya dije es un requisito indispensable para poder entrar a India. Es un proceso que se puede haceronline, pero deben leer bien el tiempo de aprobación que toma para cada país. En general, este proceso es rápido. Se llena un formulario en línea bastante sencillo, en el que se debe incluir una foto escaneada como las que nos debemos tomar para estos casos. Al recibir la solicitud, se pueden tomar hasta 96 horas para aprobar o no tu visa. Una vez aprobada, la recibes por correo electrónico, la imprimes y la llevas contigo. Como ya dije, para los venezolanos el costo es de 120$ que se paga con tarjeta de débito o crédito extranjera.
Cómo llegar. En Kerala hay dos aeropuertos internacionales. Uno en la ciudad de Trivandrum y otro, en Kochi. Yo entré por el primero, con Qatar Airways, desde Doha. Y salí por el segundo, también hacia Doha antes de seguir a otro destino. También se puede llegar en tren desde otras ciudades de India, pero sepan que los trenes son impuntuales.
Vacunas. En la página de aplicación para la visa, aparece un listado de vacunas recomendadas para visitar India, pero ninguna es obligatoria a menos que provengas de un país del que exijan presentar el certificado de fiebre amarilla. Y la verdad, nunca está de más tenerlo. Yo tenía solamente dos vacunas de las sugeridas y no tuve ningún problema.
Clima. En Kerala el clima es muy caluroso y húmedo. Los meses más frescos van de octubre a marzo y la temporada de lluvias comienza más formalmente en abril, con mucha fuerza hacia junio y julio. Así que hay que ir con ropa fresca, que se seque rápido, buen calzado y dispuestos a sudar como locos. Para eso es importante mantenerse hidratados porque la temperatura no baja de los 30 grados, a menos que estén en zonas como Munnar que el clima es frío y agradable.
Seguro de viajes. Es importante que tengan un buen seguro que les cubra todo: robo, extravío y temas de salud. Nunca se sabe cuando nos pueda sorprender algún malestar y es mejor estar prevenidos. Aquí les dejo un código de 5% de descuento para la compra.
La comida. Kerala es uno de los estados con más variedad de picantes en todo India, así que encontrarán mucho de eso en la comida, que es deliciosa. Como todo es cuestión de probar, vayan preparados con medicación para el estómago en caso de que no soporten los cambios de sazón. A mí me fue muy bien, solo trataba de no comer tan fuerte en los desayunos, comer muchas frutas y tomar mucha agua, siempre embotellada.
La moneda. El cambio se hace a rupias y uno bueno es de, al menos, 60 rupias por dolar (que es la mejor moneda para cambiar) Es recomendable en las casas de cambios de las calles, más que en los hoteles o aeropuerto. En nuestro caso, que viajábamos en grupo con la oficina de turismo, nos consiguieron un buen cambio al final del viaje.
El alcohol. Tomar bebidas alcohólicas no es muy común en el sur de India, especialmente en Kerala. Hay hoteles que ni siquiera tienen alcohol para la venta. Así que se puede comprar en algún abasto y llevar a la habitación o para compartir cuando quieran, siempre y cuando pidan permiso. Yo aproveché de probar dos cervezas y un vino tinto, pero como cosa rara, no recuerdo los nombres. Solo que estaban muy bien.
Las palmeras dibujan los paisajes de Kerala
Y esa posibilidad de ver las rutinas
Escenas del mercado principal de Munnar
O de cualquier calle mientras vas caminando por ahí
A veces hace tanto calor, que ni tener al ventilador de frente da alivio
Qué ver y hacer en Kerala
Durante los 15 días que estuvimos recorriendo el estado, pasamos por distintos paisajes; fuimos del calor y la humedad al frío y volvimos al sol. Vimos playas y montañas, pero también ríos y palmeras. Aquí les detallo cada actividad que hicimos para que tomen nota, se enamoren de Kerala y vayan a verla con sus propios ojos. La verdad, es una experiencia increíble.
Navegar por los backwaters de Kerala. Vivir sobre el agua, llevar una rutina calmada en la orilla. Eso es lo que se puede ver cuando se navega esta red de canales que cubren, al menos, 900 km de Kerala. Muchas palmeras, humedad, quietud y una vida que se levanta en torno a ese paisaje. La mejor manera de sentir esta experiencia es pasando la noche en uno de los tantos houseboats que van surcando esas aguas. Eran embarcaciones que transportaban arroz y que se fueron transformando en una suerte de hotel flotante, perfectamente equipadas y con techos de paja. Hoy en día hay muchos operadores turísticos en la zona y la oferta de las casas-bote ha ido en aumento. Así que se pueden encontrar sencillas y otras, más lujosas con todos los servicios: un chef que se encarga de las comidas y al menos dos personas más que están atentos a que no te falte nada. Los cuartos tienen aire acondicionado y todas las comodidades. Es muy lindo navegar por allí, ver cómo viven en la zona y llevarse una dosis de naturaleza. Los motores hacen ruido y a veces, cuando los canales se vuelven estrechos, parece que hubiese tráfico entre las palmeras, pero es parte de la experiencia. Cuando el bote se ancla, solo queda disfrutar la noche, ver el cielo estrellado y despertar con el canto que se escucha de los templos cercanos. Nosotros navegamos en Allepey.
Muchas horas navegando por este paisaje que no aburre
Jugar con las olas del mar. Dicen que Kerala no se parece el resto de India, y aunque no está bien comparar, pues sí, es cierto. Su paisaje dista mucho de lo que se ve en el norte del país -aunque no lo conozco aún, claro que he visto de qué va- por lo que nos vamos a encontrar muchas palmeras y unos 500 km de costa que reciben al Mar Arábico. La primera vez que puse mis pies en la arena india, fue en la playa de Kovalam. Era en medio de un atardecer, había brisa, cantos lejanos y me tomó por sorpresa la tibieza del agua. Creo que asumí que estaría fría, pero las playas de Kerala tienen una temperatura distinta, agradable. En India, lo normal es que la gente se bañe con ropa, es parte de su cultura y no está bien visto que utilices un bikini cuando nadie más lo está haciendo, a menos que sea una playa más turística. Hay que ser respetuosos. Otra playa es la de Kaddapuram, muy larga, llena de palmeras, con olas fuertes, pero divertidas. Está cerca de la ciudad de Thisur, que tiene playas muy hermosas y poco visitadas, por lo que pueden estar a sus anchas. Una parte de Kaddapuram está reservada para un resort, pero se puede disfrutar de esa misma orilla un poco más allá. Otro buen recuerdo del viaje es la playa de Adikadalayi, en la que -si se tiene suerte- se puede ver la rutina de los pescadores en la orilla. Llegamos allí después de andar más de seis horas en el bus, con mucho cansancio. Vi la playa desde arriba, desde la terraza de un hotel, hice algunas fotos y luego dejé todo y me entregué a ese mar que era caliente, pero con brisa fría. Una maravilla. Otras playas que pueden visitar son: Payyambalam, en Kannur o Varkala que es una de las más concurridas. Pueden revisar el mapa y pasearse por otros nombres y escuchar recomendaciones más locales.
Un atardecer sereno en Kovalam
El relax en Kaddapuram
La vista hermosa de Adikadalayi
Recorrer las plantaciones de té en Munnar. Este es uno de los paisajes que más me impresionó durante el viaje. No sé si es porque nunca antes había visto algo así o qué, pero lo cierto es que es lindísimo ver montañas y montañas que se extienden como una alfombra llena de té. La mirada se pierde. Llegar a Munnar, además, es alejarse de la humedad y el calor. Aquí el clima es frío y por eso era el destino perfecto para los colonos ingleses, que buscaban temperaturas más frescas. Aquí lo ideal es caminar entre las plantaciones, visitar alguna fábrica de té, o el museo del té para aprender más del proceso. Le dediqué un post a mi experiencia en Munnar. Allí pueden leer más.
Las plantaciones de té en Munnar
El clima frío es bueno para cultivar el té
Entrar al mundo ayurvédico. ¿Han escuchado hablar de la ayurveda? Es la medicina tradicional india y que nació justamente en Kerala, hace más de 5000 años. La ayurveda explica que al tener equilibrio en mente, cuerpo y espíritu, lograremos estar en paz y en sanación. Y todo esto lo hacen a través del conocimiento que, desde tiempo ancestrales, fue pasando de generación en generación. En el Vaidyaratnam Ayurveda Museum, que está en la ciudad de Thrissur -y que es lo mismo que entrar a un remanso de tranquilidad- explican muy bien cómo la ayurveda utiliza todo lo que la persona tenga a mano para sanar y obtener el equilibrio: alimentos, plantas y elementos de la naturaleza. Así que la ayurveda está bien extendida en India y, por supuesto, en toda Kerala y a cualquier lugar que se vaya es posible gozar de sus beneficios con algún masaje o incluso hacer retiros para aprender más de esta práctica. Eso es algo que me queda pendiente para un próximo viaje, me encantaría estar 15 ó 20 días en algún centro aprendiendo más de esta medicina india.
En el museo dan una gran explicación sobre la ayurveda
y en sus espacios se siente mucha tranquilidad
Ir a algún festival y entrar a los templos. Las danzas, festivales y fiestas que se hacen en Kerala, son bien conocidas en el resto del país, por su colorido y su importancia religiosa. Las mujeres no tenemos permitido entrar a algunos templos, pero a los que sí, debemos hacerlo con los hombros y pecho cubiertos. Todos debemos entrar descalzos. Es posible ir de un lado al otro y que de repente, nos consigamos con alguna celebración y se sabe porque los elefantes estarán vestidos de colores y son los protagonistas de la fiesta. Hay algo que hay que entender, y es que es parte de la cultura india criar a los elefantes y entrenarlos para sus festivales, por eso se ven con cadenas en las patas y son dirigidos. Esto puede chocar a muchos, pero para ellos es muy normal. El elefante es signo de abundancia, mientras más haya en un templo significa que hay prosperidad. Otra de las cosas que seguro podrán ver en Kerala es el Theyyam, un ritual muy antiguo que entre danzas y tambores rinden tributo a un Dios para mantener alejadas la pobreza y la enfermedad. En medio de este ritual, el Dios guía al bailarín en el consejo de las personas que se acerquen a hablar con él. A mí me pusieron arroz en las manos y me dijeron que tendría los caminos abiertos para viajar muy lejos.
A los elefantes le colocan elementos decorativos
Durante el Theyyam
Wayanad Wildlife Sanctuary. Kerala es muy verde y no solo son palmeras o el contraste de las plantaciones de té; también tiene reservas naturales en las que es posible adentrarse para hacer trekking o actividades como rappel, kayak, rafting, montar a caballo y más. Wayanad es una de esas zonas, quizá la más extendida y hay muchas posibilidades de vivir lo que todo ese verde tiene para ofrecer. Disfruté mucho llegar hasta aquí en jeeps, aunque no tanto las caminatas porque fue uno de los días más calurosos del viaje (casi 38 grados y 98% de humedad), así que es importante que se mantengan hidratados para evitar los golpes de calor y puedan disfrutar del paisaje que es maravilloso.
Después de un trekking en Wayanad
Caminar por Fort Kochi. Sí, quizá esto ya sea mucho más turístico, pero no hay que dejarlo de ver. La ciudad de Kochi, una de las más importantes y grandes de Kerala, está dividida en Ernakulam, que es tierra firme y hay varias islas, entre las que se encuentra Fort Kochi que es la más antigua. Aquí está la iglesia de San Francisco, la más vieja de toda India, y donde reposan los restos del explorador Vasco de Gama. Y a los alrededores suceden muchas cosas al mismo tiempo: los pescadores en la orilla, los vendedores en la acera y hay de todo: artesanía, cocos, pescados de cualquier tipo, mariscos frescos, saris de colores, graffitis, tuk tuks, una comunidad judía que tiene un amplio mercado que hay que caminar entero, muchos cafés, muchas opciones, muchas cosas por ver. Fort Kochi es sentir la vibra de Kerala a toda plenitud.
Pescadores en las aceras de Fort Kochi
¡Coco y más coco!
Aprender más del Karali. El nombre completo es Kalaripayatu, pero también se le dicen Karali y son las artes marciales más antiguas del mundo y que tienen su origen en Kerala. Es un entrenamiento que implica cuerpo y alma, que imita el movimiento de los animales como el tigre, la golondrina y la serpiente y que está rodeado de misticismo. Es posible asistir a alguna demostración del Karali y, por favor, háganlo. Nosotros fuimos a una en Calicut y es impresionante. Estar allí y ver la fuerza y elegancia de los movimientos, el sonido de las armas que utilizan (de madera o metal) y ver cómo rinden tributo a los dioses, es algo único. El Karali era parte de los entrenamientos a los guerreros en la antigüedad y aún se sigue enseñando a jóvenes que ayudan a conservar el milenario arte marcial.
Artes marciales milenarias
Probar la comida. Hay que comer al estilo tradicional: con las manos, mientras nos sirven la comida en hojas de plátano. Se come con las manos, porque es más sano y hace que disfrutes más los alimentos. Se hace con la mano derecha porque la izquierda es considerada impura -es con la que te limpias el trasero-, pero la regla se salta para los zurdos. Así que lo importante es usar solo una mano. La comida varía según la temporada, creencias religiosas y culturales. Hacerlo es casi un ritual: te colocan la hoja de plátano vacía y un cuenco con agua, con el que puedes ir mojando los dedos si necesitas limpiarte. Inmediatamente, te comienzan a servir pequeñas porciones de alimentos muy coloridos hasta llenar casi por completo la hoja. Pescados al curry, camarones picantes, mango picante, acelgas, algas, chips de banana, arroz o vegetales son algunos de los sabores que van a probar. Algunos pican muchísimo. Al terminar, lo correcto es doblar la hoja por la mitad (de atrás hacia adelante).
Sí, quiero más
Viajar en un tren nocturno. Viajar en tren es abstracción, al menos para mí. Pero en India moverse en tren es otra cosa. Es una buena oportunidad para ver de cerca cómo confluyen culturas, idiomas y costumbres en un solo vagón. Hay que ser flexibles para vivir esta aventura (para viajar, en general), pues es una odisea comprar el ticket, esperar en el andén (se retrasan muchísimo) y para estar ya adentro en la cama seleccionada. Cada compartimiento tiene seis camas. Las de abajo se utilizan como asientos y las superiores están replegadas hasta que decidas ir a dormir. A mí me tocó la última, la más alta y me parece la mejor. Si te quieres aislar pronto, pues subes y no tienes que esperar -como en las otras- que las demás personas decidan ir a dormir también. Es una experiencia interesante, que nos mantiene en alerta todos los sentidos, pues es importante estar pendientes de no pasarnos de estación (yo nunca entendí los anuncios ni por cuál íbamos). Lo que sí sé es que compartí con una familia que iba a un matrimonio, que mi tren salió cerca de las ocho de la noche y llegué a destino cerca de las cuatro de la madrugada y que, al contrario de mucha gente, yo sí logré dormir unas cuatro horas, al menos.
Un tren en el andén, que no era el nuestro
Todos, en un mismo compartimiento
Kerala es un viaje emocionado, que deja con ganas de ver más. Quiero volver y viajar por mi cuenta y más despacio, y desde allí, aventurarme a otros estados de India. Lo que acaban de leer es el viaje que hice como parte de la 5ta temporada del Kerala Blog Express y es una manera hermosa y singular de conocer el estado. Si quieren viajar por su cuenta, no duden en revisar la página de laoficina de turismoque saben guiar muy bien con todo lo que se debe saber. Estoy segura que también quedarán prendados, como yo, de la tierra del coco.
“Me di cuenta rápidamente que no hay viajes que nos lleven lejos a menos que se recorra la misma distancia en nuestro mundo interno» –Lillian Smith
17.03.2018 • Kerala, India • 7.12 pm • Mascot Hotel Estoy en Thiruvananthapuram. Me gusta escribirlo completo, pero está bien decir Trivandrum. Es mi primera vez en la India. Llegué aquí después de un vuelo de 13h30min de Miami a Doha, una espera de 3h30min y otro vuelo de 4h30min de Doha a Trivandrum que hice en clase ejecutiva por gentileza de la aerolínea. Así que salí de Miami el jueves por la noche y llegué en plena madrugada india, pero del sábado. Cuando entré al cuarto -donde estoy ahora- eran las 3.25 am. Mihaela, mi rommie, tomó una ducha y luego yo, así que me acosté media hora después sin nada de sueño. Estaba cansada, sí. Pero despierta. Entonces, hice un repaso del día y aún sentía el movimiento del avión en el cuerpo, sobre todo el de la turbulencia que me hizo estar alerta por poco más de media hora. Afuera había ruido, como ahora; un lío de bocinas apuradas. Pero yo vivo en el ruido, así que no me molesta. Sin darme cuenta, me dormí y pasaron diez horas. Podría haber dormido más, pero que tenía que acostumbrar a mi cuerpo a estar de este lado del mapa. Almorcé, balbuceé algunas palabras en inglés, me bañé y bajaré a cenar en breve. Haré una pausa aquí.
[Estoy en India como parte de la 5ta temporada del Kerala Blog Express. Es decir, 30 bloggers de viaje de 28 países, estaremos recorriendo el estado de Kerala de sur a norte, para contar sus maravillas. Desde hace cinco años la Oficina de Turismo de Kerala abre esta convocatoria y era la primera vez que alguien de Venezuela aplicaba, así que gracias a los votos de quienes siguen mi blog y las redes sociales, estoy aquí felizmente representando a mí país]
9.45 pm, después de la cena. Me cuesta entender el inglés que hablan. Ayer (¿o fue esta mañana?) cuando llegué al aeropuerto con ese horario revuelto, no entendía bien las cosas. Debía leerle los labios al oficial de inmigración y sonreír. Por sonreír, pasé rápido, a pesar de no tener conmigo la dirección del hotel ni recordar el nombre. Así fue que me paré frente a la correa de equipaje y la mía tardó una vida en salir o quizá fueron 48 minutos. Vi sin ver. Por alguna razón que aún no sé, solo quería salir de allí. Me llamó la atención la cantidad de cajas que venían en ese vuelo. Cajas grandes, cajas con televisores inmensos, con botellas. Una mesa de planchar dio varias veces la vuelta por la correa. Pasaban las cajas, como desfilando y mi maleta, tan gris y roída no aparecía. Cuando lo hizo, eran casi las 3am. Después, salí al calor indio, a una humedad que no me gustó, pero a la que no tuve más remedio que darle la mano y aceptar que estaríamos juntas por quince días más. No he salido del hotel. Solo me he asomado por la ventana de tanto en tanto. Veo autobuses y tuk tuks amarillos y negros moviéndose como motos. Los veo un rato y escucho las bocinas. Las escucho ahora mientras escribo al lado de la ventana ya cerrada con cortinas. En el televisor, sin sonido, está Sean Connery como James Bond. Mihaela me pregunta si siempre escribo en libretas y le digo que sí y alguna otra cosa. Ahora, parece, solo quiero dormir.
Casi puedo escuchar las bocinas y el tuk tuk acelerando
En alguna calle de Kochi
Y en algún lado de Munnar
Cuando apenas comenzábamos a mirarnos
[Me distraigo con facilidad. Hoy ha llovido por partes, pero basta uno o dos minutos de cielo despejado en cualquier esquina para ver cien escenas posibles. India va más rápido que mis ojos, pero los sonidos ocurren con lentitud. Hay curiosidad en las miradas que van y en las que vienen. Y entonces me gustaría sentarme al borde de algunos escalones a ver la gente pasar, a ver cómo se mueve la ciudad. Pero los ritmos no compaginan y está bien. Uno se trae a pedacitos de India mientras busca quién sabe qué]
29.03.2018 • Kannur, Kerala • 9.50 am • SeaShell Resort Cuando desperté, no sabía bien qué día era hoy, pero me sorprendió que fuese jueves. Eso quiere decir que en cuatro días se termina este viaje por India y que en cinco comienzo a tomar varios vuelos para volver. Uno siempre vuelve. No había podido escribir. Desde que arrancó este viaje, todos los ritmos se aceleraron. Tengo que empacar a diario porque dormimos cada noche en ciudades distintas. Entonces, son muchas horas en bus, sueño acumulado, cansancio que se traduce a veces en mal humor. Solo un día estuve así, como enfadada. Supongo que era el calor que ese día llegó a los 38 grados (con 75% de humedad) y yo no quería caminar más por la montaña. Estaba intolerante conmigo misma. A María le pasó lo mismo. María es de Bulgaria y ese día no quería hablar con nadie. Tres o cuatro horas después, nos volvimos a cruzar y nos reímos. Dijimos que la naturaleza había hecho su trabajo y nos había devuelto la risa y la ligereza. El cansancio es necesario en el viaje; nos pone a prueba, nos hace vernos desde adentro. O, al menos, eso me pasa a mí. Uno se tropieza con sus propios límites y está bien conocerlos sin atropellar al otro. Pienso mucho en eso.
Mi vista, mientras escribía parte de este diario en Kannur
10.04 am La India que estoy tratando de entender, me sucede de varias maneras. Aunque pasamos muchísimas horas en el bus, para ir de un lado a otro, me gustan esas jornadas porque puedo ver por la ventana. Siempre hay tráfico, sonido de bocinas, gente que cruza las calles como quiera, por donde sea. Hay semáforos a los que nadie les presta atención, paradas de bus repletas de gente. Y entonces, las mujeres con sus hermosos saris de colores, moviéndose como si no hubiese calor, como si no lo sintiesen. Y los hombres, con sus dhotis y su mano en la cintura, viéndonos pasar. Van con la mirada apacible y curiosa. Saludan, se ríen y mueven la cabeza con ese baile propio que les da el nacer aquí. Sus palabras son ágiles, rápidas, como un trabalenguas. Apenas si despegan los labios para decir algo. Pero saben reír y sueltan la carcajada. Una de las cosas que más me gustan de ir en el bus, es cuando nos atascamos en el tráfico y quedamos al lado de otro autobús que siempre va lleno. Entonces, nos miramos. Sostienen la mirada y las manos siempre fijas en el asiento delantero. Las ventanas de esos buses no tienen vidrios, así que la mirada que recibo es clara, muy transparente. En ese instante -que dura pocos segundos- nos exploramos. Veo sus facciones, su piel morena, como ceniza, las manos delicadas y otras más gastadas. Veo sus ojos y les sostengo la mirada con la misma curiosidad que recibo y es ahí cuando aparece la sonrisa que no he pedido, pero que también doy. Ahí es cuando viene el saludo o la inclinación de la cabeza. No los vuelvo a ver, pero ese momento en el cruzamos es trascendental para mi viaje. Casi siempre tengo la cámara lista para esos momentos -la del teléfono- y cuando la pongo en el vidrio, los hombres no se inmutan. Se quedan allí como esperando el disparo o como preguntándose qué hago. Quizá saben bien qué hago. Pero a las mujeres les da risa y pena. Voltean, se miran, comentan entre ellas, se tapan la cara y te miran. Y esa mirada dice que entres a su mundo, que hay historias por contar. A veces, en el bus, solo voy escuchando música y mirando. No quiero hacer fotos, solo mirar, saludar, reír con ellos. Así pasa con los niños al salir del colegio, los que están esperando para cruzar, con los tuk tuks que se detienen, con los que están en las paradas, en la tienda de alimentos, en la de zapatos. India me va sucediendo mientras miro por la ventana del bus.
Estamos en Kerala, al sur de la India; y aunque dije que haría anotaciones diarias de todos los sitios que he visto, no lo he hecho ni una vez. Así que en mi cabeza tengo un desorden de nombres y lugares que no sé cómo se escriben. Hemos ido del sur al norte y al revés. Hemos estado en montañas, en playas, en medio de la jungla india. Por eso, no puedo creer que hoy sea jueves porque aunque hay días que pasan con rapidez; hay otros que ocurren con mucha lentitud. Y son esos días cuando aún me queda resonando en la cabeza el sonido del tambor, del canto de los templos. El de la brisa, el de mar arábico como quien sabe que es visto por primera vez. Intento hacer un ejercicio conmigo misma. ¿Qué es lo primero que viene a mi mente cuando pienso en India? El calor, la imagen borrosa de un mapa y el color amarillo. Es el color que más veo desde la ventana, el que más me llama la atención de los vestidos de las mujeres. Pero también el rosado y el verde, el azul y el morado. Hace calor, mucho. Agobia. Cuando llegamos a Munnar, la queja del calor se me olvidó. Ahí en la montaña, el clima es fresco y me daba más energía. Lo extrañé cuando nos fuimos, porque sabía que no tendríamos ese frío otra vez, pero también añoraba estar en el mar -que es donde estoy ahora- aunque tengamos sudor en el cuerpo. Al menos, no hay zancudos. Hay otras dos cosas que recuerdo cuando pienso en este viaje: la noche en que dormimos en un bote en los Backwaters y el paisaje hermoso de las plantaciones de té en Munnar. También, la tarde de ayer en la playa, riéndonos, bromeando y viendo el atardecer. Atesoro ese momento en el mar porque lo necesitábamos, porque en el mar no queda más remedio que ser uno mismo. Y eso es lo mejor que nos puede pasar.
Niños en bici, en Wayanad
Sonrisas en los Backwaters de Allepey, en las casas a la orilla del río
Mientras navegábamos en Allepey
Y de repente, el mar de Kannur
El sonido de los tambores
La curiosidad en la mirada
El asombro de las plantaciones de té
Las sonrisas que saludan
y el picante, siempre el picante
Así de felices nos vio Carlos Bernardo de, O meu Escritório é lá fora!, uno de los viajeros del grupo
02.04.2018 • Hammad Internacional Airport. Doha, Qatar • 4.07 pm Ya no estoy en India. Me fui esta mañana y no vi a Kochi desde la ventana del carro que nos llevó al aeropuerto. Vi, pero no recuerdo nada. Solo las vallas grandes con fotos de modelos usando vestidos de colores y una neblina mañanera. Nada más. Ayer me quedé pensando en las casas de colores. Eran amarillas, azules, rosadas, moradas. Eran las casas que veía camino al mar. Algunas más grandes, otras más pequeñas. Pensaba en el calor, en la tibieza de los patios, en los zapatos apostadas en las entradas, en la arena, en el sucio. Pensaba en las sonrisas. Lo sé bien, me lo han dicho varias veces, que el sur de India es distinto al norte; que ir a estos lados es una buena manera de comenzar a recorrer este país, porque nos prepara. Y aunque lo sé, todo esto no es extraño para mí. Yo vengo del caos, sé como moverme.
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No todos los viajeros saben hacer escalas. Hay quienes se entienden solo con vuelos directos. Los entiendo, hacer escala es un camino azaroso –ya ni se diga si son dos– y que requiere de un ejercicio de paciencia ante los imponderables. Decía Santiago Gamboa, un escritor colombiano –vamos, que lo dijo delante de mi enuna charla que dio en Caracas– que para escribir bien, uno tenía que irse lejos y sufrir. Y para irse lejos, uno normalmente hace escala en algún lugar. Un lugar cualquiera, que es un punto en el mapa, una X de paso en la que a veces uno se puede quedar algunas horas y otras no. Una ciudad que parece no ser parte del viaje porque el viaje está en ese destino final que marca el boarding pass. Ese sí, porque hacia allá es el viaje y no lo es esa escala que aparece como una interrupción certera, cansina y a veces, larga. Uno se va lejos a sufrir, como a quien le prometen buenas letras después de ese escape, pero sin pensar que se va a sufrir, en primera instancia, en esa escala. Y todo es absolutamente engañoso, porque el que viaja sabe que el viaje comienza mucho antes de partir, desde el mismísimo momento en que se piensa.
En fin, que mi escala esta vez ha sido Madrid y he sufrido. Escribo esto mientras vuelo a Estocolmo, con la esperanza de que después del sufrimiento, salgan buenas letras, como si sufrir fuese verdaderamente el primer paso para hilar las ideas de la escritura.
Poco importará este cuento, o sí. Porque los viajes no son idílicos. Pero cuando llegué a Madrid después de un vuelo de casi ocho horas, el oficial de inmigración no me dejó pasar. Estaba solo de tránsito por dos horas y cualquiera pensaría que eso sería una escala llevadera, sencilla y, técnicamente, lo es, solo que a mí me pidieron una carta de invitación para poder entrar. A cambio, le enseñé todas mis reservas de hostales. Como respuesta, me pidió mi pasaje de vuelta a Estados Unidos y lo saqué debajo de mi manga, como un buen as. Entonces, pidió también un seguro de viajes y ese fue mi conejo recién sacado del sombrero. Quiso saber si volvería a Venezuela y entregué un segundo boleto, como prueba concluyente. Entonces, al verse atrapado, pidió que le enseñara todo mi dinero en efectivo, suficiente para dos meses de viaje y que tendría que ser, como mínimo, de 90 euros diarios. Y fue allí, en ese instante, cuando retuvo mi pasaporte, improvisó una carta, me envió a un cuarto y me dijo que perdería el vuelo porque hoy –en mi escala favorita– me había tocado el policía malo. Así me dijo.
Madrid, esa escala
Esperé durante una hora larguísima que otro oficial apareciera con mi pasaporte. Era el policía bueno y lo tuve que acompañar a otra oficina. Mientras caminábamos, sonreía, y me preguntó pocas cosas: de dónde venía, a dónde iba, qué hacía. Cuando le conté que soy periodista de viajes, me contó que estuvo en Colombia hace apenas un mes –nos bajamos de un ascensor–, que fue a Bogotá –abre una puerta–, al eje cafetero –atravesamos un pasillo y dos puertas–, y a Santa Marta. “¿Qué te dijo el oficial?” “Que no tenía dinero”, le digo y me acelero para contarle que no conozco Santa Marta. Me sella el pasaporte, busca cuál es mi puerta de embarque, me sella una carta, me dice que me apure y que si no me da tiempo de tomar el vuelo, me asignarán otro. Entonces, pensé en mi maleta ya adentro del avión a Estocolmo al que, parece, no me iba dar tiempo de llegar.
La puerta K82 aparecía a catorce minutos de distancia, seis escaleras mecánicas por medio y un chequeo de equipaje en el que se me trabaron las botas que llevaba puestas. Corrí y cuando ya no pude correr más, me dejé llevar por las alfombras corredizas, casi resignada. Y la puerta K82 apareció vacía y cerrada, pero el oficial –el que había ido a Santa Marta– logró avisar que yo llegaría, que me habían retenido. Entonces, me dejaron pasar porque solo llevaba un morral y cerraron la compuerta del avión a mis espaldas, con un golpe que para mí fue como un estruendo. En mi puesto, el 21F, ya había alguien sentado. Un alguien que no era yo, ni se parecía a mí, que había pensado que esta escala en Madrid le había traído suerte y tendría la ventana y un asiento desocupado a su lado. Se movió, con amabilidad, y me senté con todo mi agite, la garganta seca incapaz de pronunciar palabra y cerré los ojos. Luego, comencé a escribir esto, mientras miro por la ventanilla de tanto en tanto y el sol insiste sobre mi brazo derecho. Hace rato Madrid se quedó atrás. Hace rato que dejé de sufrir.
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Tengo dos recuerdos específicos cuando pienso en este hostal. El primero, cuando llegué a Praga cerca de las once de la noche, y arrastré mi maleta desde la estación de trenes -y por una caminata de 15 minutos más o menos- hasta la puerta del lugar. Pensé que estaba llegando muy tarde, pero era sábado y la gente llenaba las áreas comunes. Me recibió el ruido, varios idiomas y un lugar lleno de luz que me hizo sonreír. El segundo, cuando una de esas noches me quedé agazapada en una esquina, en un sillón colgante muy cómodo y me tomé dos cervezas mientras veía una película en Netflix que me hizo llorar («The light between oceans», para los curiosos). Entonces, en ese instante era yo la que veía a los viajeros llegar en la noche, mirando con curiosidad a todos los que estábamos allí. El DREAM Hostel Praga es así: un ambiente relajado que se resume en su lobby, el sitio perfecto para coincidir, encontrarse, sentirse cómodo. Es, sin exagerar, el hostal que más me gustó durante mis tres meses de viaje por Europa y miren que me sentí muy cómoda en todos, pero este tenía algo especial.
Es uno de los hostales más grandes de la cadena y también uno de los más nuevos. Son cinco pisos, llenos de habitaciones compartidas y privadas, en espacios tan amplios que, a pesar, de que la ocupación esté al máximo, no se siente el flujo de gente. Un ascensor conecta con los cuartos, la llave electrónica solo te da acceso al piso en el que te estés alojando y las áreas comunes, y esos son detalles de seguridad que uno sabe apreciar. Además, me encanta que es muy colorido, lleno de pinturas en las paredes, detalles pequeñitos que te hacen voltear. Todo siempre está ordenado -al menos durante mi estancia-, limpio y el personal resultó ser muy amable y dispuesto a guiarte.
Los desayunos no están incluidos en los precios por noche, pero es de 4$ (aprox) si lo pagas el día anterior (si pagas el mismo día, se incrementa un poquito el costo) y es bastante completo, por lo que vale la pena aprovecharlo. En la mesa extienden cereales, vegetales, frutas, fiambres, panes, salchichas, frijoles, huevos (como los quieras), jugos, leche, té, café y más. Puedes comer todo lo que quieras hasta las 10 am que se cierra la ronda. Al lado de la recepción, hay opciones de comidas frías que puedes adquirir a cualquier hora del día, así como bebidas y dulces. A cierta hora del día, se abre el bar y los precios son bastante buenos. Además, el ambiente se presta para estar un rato allí y luego ir a cualquier otro lugar.
Una de las áreas del comedor, donde yo me sentaba a diario
Pero también pueden comer aquí
O quedarse haciendo cualquier cosa
Como yo, viendo películas con alguna cerveza checa
Otra cosa que me gustó mucho, es que tienes áreas para trabajar con tranquilidad, si quieres; para estar relajado, para conversar etc. Es difícil lograr que en un hostal se respeten tan bien los espacios, así que cuando se tiene y uno lo disfruta es porque sabes que hay un trabajo arduo detrás de todo eso. Así que, si estás planeando un viaje a Praga, recomiendo muchísimo que se alojen en el DREAM Hostel Praga porque van a tener todo lo que necesitan. Ah, se me olvidaba, está muy bien ubicado: en 20 minutos de caminata pueden llegar al Charles Bridge, 15 minutos de la estación de tren y también 15 minutos del Old Town. Otra cosa, justo al frente funciona un club nocturno y a veces la cosa se pone ruidosa y curiosa, pero basta con cerrar la ventana de la habitación en caso de que de para ese lado de la calle. El hostal tiene servicio de lavandería, wifi que funciona a mil y otros servicios básicos a los que pueden acceder por un costo adicional. Ah, (yo y mis ah!) si van en grupo, pueden solicitar un cuarto completo y tener descuentos por la estadía. De verdad, me encantó.
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Las ciudades pequeñas adquieren otra dimensión cuando se les ve de noche. La mayoría de los lugares están cerrados, pero aún hay gente por ahí caminando hacia algún bar o conversando mientras cenan. La ciudad entra en un sopor quieto, en un silencio que permite distinguir sus otros sonidos: el del tranvía, el de las bicicletas, el de los pasos apurados, el de la música agazapada en algún callejón. Entonces, cuando se vive de día y las calles se llenan de movimiento, de otros ruidos, nos queda la sensación de estar ante otra ciudad en la que es mucho más fácil desandar. Si ya la vimos vacía, ahora solo nos queda armar las piezas.
Eso me pasó con Montpellier, esa ciudad al sur de Francia a la que llegué de noche y me cautivó, tanto, que iba escribiendo un diario mientras los días pasaban. Un diario que contaba mi viaje más íntimo con la ciudad. Me dejé llevar por sus callejones antiguos, los edificios modernos, sus espacios naturales, los viñedos y por el Mediterráneo que está siempre ahí, a un lado, como para escapar de la rutina. Si bien es una ciudad con vibra juvenil, Montpellier también es remanso de descanso para quienes deseen llevar una vida tranquila, en un lugar sin mucho ajetreo. Es pequeña y dicen que es una de las ciudades menos atractivas de Francia, pero ya ven, en el código amatorio de ciudades nada está escrito y la verdad es que las ciudades no están ahí para complacernos, si no para mostrarse tal cual son y ya será cuestión de cada uno ir en sintonía, o no, con lo que nos vamos encontrando.
Quizá el primer punto de referencia en Montpellier sea la Place de la Comédie, en el Écusson, el centro histórico de la ciudad y, curiosamente, uno de los espacios peatonales más amplios de toda Europa. Allí confluyen los tranvías, es el punto de encuentro para ir a cualquier otro barrio como Beaux Arts, Figuerolles o Arceaux; es el inicio de las calles medievales, de las terrazas, de las conversaciones largas. Muchas cosas ocurren allí: música, performances, visitas guiadas y por eso hay que verla apenas llegar, para que Montpellier se vaya extendiendo en la mirada.
Luego, la mejor forma de caminar por el Écusson, es sorteando los callejones sin mucho orden. Así se puede desembocar en la Catedral Saint-Pierre, contigua a la Facultad de Medicina, famosa por su estructura con gárgolas; seguir hacia la calle Foch y tener la mejor perspectiva del Arco de Triunfo y la Place Royale du Peyrou donde van a reunirse a hacer picnics, caminar y correr aprovechando los buenos días de sol. Todo esto, mientras se aprecian los balcones, los patios, la ópera, las tiendas de antigüedades y varias curiosidades más como el Museo Languedocien, el Museo du Vieux (de entrada gratuita ambos) o el Museo Fabre de Montpellier Mediterranée Métropole, considerado uno de los más importantes museos de bellas artes en Francia y donde se pueden entender los mil años de historia de la ciudad, sus construcciones y la belleza de sus diseños.
En ese ir y venir de un lado a otro, no hay que dejar de ver el Jardin des Plantes, muy cerca de la Facultad de Medicina, pues es el jardín botánico más antiguo de Francia (1593) y la Esplanade Charles de Gaulle con sus cafés, tranquilidad, monumentos y paso a otras calles medievales; y otros edificios emblemáticos como el Palais de Justice (1853), el Couvent des Ursulines (1641) o el Le Corum (1968) que es el actual Palacio de Congresos.
Place Royale du Peyrou
Place Royale du Peyrou, un poco más allá
Place Royale du Peyrou (es que me gustaba venir aquí a escribir)
El Arco del Triunfo
La arquitectura de Montpellier es hermosa
Más allá de los callejones, aparece el Montpellier contemporáneo. Una ciudad dentro de la ciudad que se llena de luces, compras, arquitectura futurista y muchos espacios para descansar al lado del río Lez que atraviesa la ciudad, al mismo tiempo que la alimenta de agua potable. O también se puede llegar a sitios curiosos y con buena vibra como el Marche du Lez y desde ahí volver a la ciudad -caminando o en bicicleta- para ver todos sus contrastes. Yo hice este recorrido un domingo, con mucha calma, y es uno de los días que recuerdo con más cariño del paso por la ciudad.
De este lado de Montpellier, todos hablarán del Odysseum, un centro comercial que se vuelve referencia absoluta para andar por ahí –sobre todo si necesitas un baño con urgencia-, pero también aparecen la Place du XXe siécle con diez estatuas que simbolizan las ideas del siglo XX; o las casas de campo que están allí desde finales del siglo XVII, para que de esta manera Montpellier se nos vuelva una interrogante, un libro abierto que provoca leer de prisa para no perdernos de nada.
Otro buen día es cuando fui a ver el Mediterráneo. Apenas a 11 kilómetros del centro de la ciudad, está el mar para que se nos olvide todo lo demás. Lo mejor es que para llegar a playas como Carnos, La Grande-Motte, Le Grau-du-Roi, Palavas-les-Flots, Villeneuve-les-Maguelone o Frontignan, hay líneas de autobuses y tranvías de fácil acceso, además de la posibilidad de alquilar bicicletas y pasar un día distinto. Entonces, allí en la arena, mientras te llenas de sol y brisa, Montpellier se ve a lo lejos, como una invitación silenciosa para seguir caminando por todos sus rincones, tan llenos de historia y quietud.
Escribo esto mientras miro el mapa con detenimiento. Tengo sitios marcados a los que no llegué a ir y otros por los que pasé muchas veces durante esos diez días de fría primavera y son los que menciono aquí, en este recorrido fugaz. No podía quejarme; a pesar del frío, fue en Montpellier donde pude, por fin, quitarme el abrigo dos o tres días y sentir un poco más el sol. Me sentí agradecida con esa ciudad que me recibió de noche y en la que entendí que a veces, está bien parar y reconocer que el viaje cansa, que no quieres ir más allá, que está bien volver. Pero eso es otro cuento y algo de eso también conté en mi diario breve desde Montpellier.
Marche du Lez, un domingo
Bonito, con buen ambiente
Caminos al lado del río
Y el mar, siempre el mar
Por ahí, uno de los pocos días nublados en la ciudad
¿Qué mas debes saber?
En la oficina de turismo, que está en la Place de la Comédie, pueden comprar una City Card por 24h. El precio es de 13, 50€ y con su uso tienes un tour histórico, acceso gratis al transporte, entradas a algunos lugares y muchos descuentos para degustaciones, restaurantes y tiendas que van entre el 5% y el 40% Si van a estar uno o dos días en la ciudad, puede que valga la pena si son conscientes de que tienen que aprovechar al máximo el día. Si se quedan más tiempo, entonces mejor vayan a su ritmo.
Hay pocas opciones de hostales en la ciudad y el precio por noche, es sobre los 20€. Se sabe, Francia no es económica. Yo hice couchsurfing no oficial. Es decir, me quedé en casa de una amiga que estaba trabajando como au pair y no tuve que pagar hospedaje.
La ciudad es pequeña y está muy bien conectada por el tranvía y la red de autobuses. Es posible llegar a las zonas más alejadas sin ningún problema. La red de transporte TAM, te permite comprar un ticket que dura 1 hora y con el que te puedes subir a autobuses o tranvía las veces que sea en ese tiempo; y también pueden comprar un ticket de 10 viajes, que resulta mejor si la estancia es de varios días. Para ir a las playas o pueblos cercanos, deben utilizar la red de transporte Hérault. El trayecto son apenas 1,60€ o también pueden comprar tickets de 10 viajes. El transporte es puntual y funciona muy bien.
La mayoría de los museos de Montpellier son de acceso gratuito.
El vino, como en toda Francia, es protagonista en la ciudad. Por lo que es posible hacer recorridos a viñedos, asistir a alguna cata y probar muchas variedades. Si les gusta el vino, van a disfrutarlo un montón.
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