El tiempo se detuvo aquí. Estamos en Tabay, a 25 kilómetros de la ciudad de Mérida, en Venezuela. Eso es como a unos 40 kilómetros de Apartaderos, para más referencias. Los Aleros es un parque temático que muestra la convivencia de las comunidades andinas en el año 1930. Por eso, el tiempo se detuvo aquí y no queda más que hacer ese viaje a otra época y divertirnos.

Al hacer la compra de las entradas, te entregan un mapa y tu respectivo pasaporte al pasado. Nos dicen que son cinco minutos -cinco minutos de rustiqueo por el camino- desde las taquillas hasta la primera parada en el parque que es “el único Banco donde a usted no lo despluman”. Comienza a sonar la radio en el jeep: “Buenos días, les habla el Señor Bolaño, hoy le informamos que…” La voz nos cuenta que en el pueblo ha habido gente presa por robar gallinas, apariciones, y en pro de seguirle la conversación, una de ellas nos da el primer susto de todo el viaje.

Todo está construido de barro, madera, piedra y tejitas. En ese color naranja de aspecto anticuado. “Pasaporte en mano”, “pasaporte en mano”, grita una señora de unos cincuenta o sesenta años al inicio de la cola. Entrego el pasaporte, la encargada sonríe a mi “gracias” y toma el de la persona de atrás. Grabo el proceso de sellar el librito. Pasamos a ver las máquinas de escribir de la época y seguimos hasta un quiosco de bebidas y preparaciones del pueblo. “Para la flema, para la gastritis, para la tos…” Hay jarabes para todas las enfermedades que se puedan imaginar.

La próxima estación es la parada de los juegos tradicionales. Juegos de agilidad y azar. No nos detenemos tanto tiempo ahí y continuamos. Ya se escuchan gritos y llantos a nuestro alrededor. Al parecer, las apariciones hacen un muy buen trabajo. Nos encontramos con la casa abandonada de una loca que nos cuenta sobre un tesoro y dicen que al último se lo llevarán. La última era yo, claro. Por tomar fotos y videos, no me di cuenta que me iban a asustar.

Estación de gasolina
Primera parada
El puente

Subimos los escalones de piedra con cuidado. Llegamos a una casa de piedra y madera. Abrimos la puerta que está casi despegada y entramos. Oscuridad. Gritos. Tropiezos. “¡Pero saaaalgan! ¡Buuuuh! ¡No vemos la salidaaa! ¡Alumbra con el teléfonooo! ¡Propinaaa! ¡Salgaaaan! ¡Buaaaajajá!” Nuestros gritos se confundían. Hasta el más valiente tuvo que haber gritado. Al salir de la casa, entre risas y corazones acelerados, recordamos el “Propinaaaa” con voz tenebrosa. Pero, ¿cómo le íbamos a dar propina si no veíamos nada?

Recorremos más escalones de piedra. Volvemos a escuchar gritos y llantos. A los papás les encanta llevar a sus hijos a asustarse. Mis papás pasan por el primer puente de madera y yo voy detrás. “Tómame una foto aquí”. Todos nos miran desde más arriba de la montaña. Listo. Subimos más escalones de piedra. Al llegar arriba, a un puente colgante, nos damos cuenta de que debajo del primero hay otra aparición. De nuevo, por usar la cámara no me di cuenta de que me iban a asustar. Salvada dos veces. Seguimos subiendo y nos encontramos con la vista completa de todo el pueblo y un bar. Mis papás se toman una cerveza. Mi hermano una malta. Yo tomo fotos.

Al terminar el tour de los gritos y llantos, disfrutamos de la ciudad y allí, la celebración de una boda “más rara que un negro con pecas”, entre un joven “más peligroso que un barbero con hipo” y una pueblerina que es “como la media, abre la boca para meter la pata”. Después de muchos dichos venezolanos, recorrimos lo que nos faltaba. La oficina postal, la panadería, la barbería, el restaurante. Hasta vimos máquinas de imprentas del año y algunos periódicos y noticias de la época.

Llegamos a lo más alto. Hasta una placita y su catedral. Nos sentamos a disfrutar del viento frío y puro y volvimos a reanudar nuestro camino. Compramos unos raspaos y decidimos que era hora de irnos. Así vivimos Los Aleros en un día, un paseo peculiar dentro de una bella ciudad andina.

Mi nombre es Michelle Santos Uzcategui. Soy una apasionada de la moda, los viajes, el arte y la cultura. Me encanta que la comunicación me permite estar en todos esos temas. Más que blogger, soy comunicadora. Trato de inmortalizar momentos a través de palabras e imágenes. Mi blog comenzó con el objetivo de mostrar mis viajes, en el camino la moda se volvió la protagonista, y hace poco más de un año entendí que la línea conductora de él es la narración. Con el blog he aprendido que mi amor por el Nuevo Periodismo no debe ceder ante la inmediatez y ahora de todo -y de nada- intento hacer una crónica -o intento de ella-, especialmente de mis viajes por Venezuela. [La consigues en todas las redes como @michelleuz]

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Un comentario sobre “Los Aleros en un día

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