Me gusta caminar por el centro de Caracas y disfruto mucho más, en llevar a amigos a conocerlo y mirarlo con otros ojos. Cada paseo es un aprendizaje nuevo y trato de grabarme las historias para poder contarlas después, como esa vez que caminé por casi tres horas aprendiendo lo que hay detrás de los nombres de las esquinas de Caracas. Lo que voy a contar aquí es el recorrido básico que hago cuando alguien me dice que quiere ir a caminar por el centro de la ciudad. Trato de cubrir un poquito de todo, para dejar una idea clara de lo que vamos viendo y si vamos sin prisa, nos pueden dar cuatro o cinco horas dando vueltas por la zona.

Siempre comienzo por la Basílica menor Santa Capilla, ahí en la esquina del mismo nombre de la avenida Urdaneta. Me parece fácil de ubicar y un buen punto de arranque. No sé dar detalles artísticos -desconozco bastante del tema- pero sí sé algunas cosas: como que Diego de Losada, el fundador de Caracas, ordenó construir allí una ermita en el año 1600 que pasó por una invasión de langostas, desapareció con un terremoto y se volvió a caer. Fue hasta el mandato de Antonio Guzmán Blanco que se construyó ese templo con la orden de ser una réplica de la Sainte Chapelle de París y así fue. Es la única iglesia de Caracas que tiene un diablo en su fachada -porque está la imagen de San Miguel Arcángel- y adentro hay una pintura de Arturo Michelena: «La multiplicación de los panes».

 

Al bajar por esa misma calle, está el Teatro Principal, y lo primero que hago es enseñar el único pedacito que queda del suelo original, ahí mismo en la entrada. Lo imagino grandioso, ostentoso, lleno de óperas y zarzuelas. Estamos hablando de un teatro inaugurado en 1931. Fue allí donde cantó el argentino Carlos Gardel pocos meses antes de fallecer en el accidente aéreo en Medellín y algunos de los que allí trabajan, dicen que se escucha cantando por las noches. Quién sabe. El teatro ha tenido algunas remodelaciones y allí funciona la sede de la Banda Marcial de Caracas. Un dato: al ladito del teatro, hay un local más o menos nuevo para comer pizzas. 

 

Al llegar ahí, estamos ya en una de las caras de la Plaza Bolívar de Caracas, con la estatua del Libertador Simón Bolivar montado en su caballo que se sostiene en las patas traseras. La plaza, que está ahí desde 1567 y que primero se llamó Plaza de Armas y luego Plaza del Mercado -porque habían puestos de ventas de todo tipo- fue escenario de fusilamientos, de rebeliones y pasó a llevar el nombre del Libertador luego de que sus restos fueron traídos a la capital. Un dato curioso es que bajo la estatua de Bolívar, el entonces presidente Antonio Guzmán Blanco, mandó a conservar una caja con reliquias de la época que aún se mantienen intactas en el lugar. 

 

Al frente del Teatro Principal y sin movernos de este lado de la plaza, está la Casa Amarilla. Hoy son oficinas del Gobierno y no se permiten visitas, pero me parece una construcción bellísima como todas las demás que están en la zona. Fue una cárcel, ayuntamiento, Palacio de Gobierno y también residencia de los presidentes. Cuando de pequeños estudiamos la historia de Venezuela, siempre aparece esta casa porque fue desde uno de sus balcones que el padre José Cortés de Madariaga hizo señas al pueblo que escuchaba al general Vicente Emparan para que lo repudiaran y ese fue el primer paso para la independencia de Venezuela. Hace tres años me hice pasar por estudiante. Eso, más un guardia de seguridad muy amable, pude llegar hasta el dichoso balcón para hacer alguna foto y ver la plaza desde arriba, como nunca la había visto. 

 

Bajando un poco más está el Palacio Municipal de Caracas y aquí sí se puede entrar. Pero justo antes pasamos al lado del cine Rialto, diseñado por Alejandro Chataing en 1917. Hoy se proyectan algunas películas y hasta uno o dos años estuvo funcionando allí un restaurante del mismo nombre y de cocina venezolana con bastante acierto. Una vez comí raviolis de cazón en salsa de chipi chipi y rissotto de morcilla. Ya cerró sus puertas. Pero sigo, bajando por esa calle se llega al Palacio Municipal y a la derecha podemos el Palacio Federal Legislativo, del que hablaré en breve. En el Palacio funciona el Museo de Caracas y se pueden ver maquetas de esa Caracas de antaño e imaginar cómo era todo en esa época. También está la Capilla Santa Rosa de Lima, con los frescos originales de Juan Lovera sobre la independencia de Venezuela y allí está el acta que sella el primer paso de la independencia (ese suceso con Emparan desde el balcón), no el acta de la independencia. No se me confundan.  

Si caminamos más hacia la izquierda, nos vamos a encontrar con el Bistró del Libertador, un café muy bonito, pero con mala atención -al menos para mí que no he tenido suerte las tres veces que he ido. Ahí se puede desayunar, almorzar o tomar alguna merienda. Diagonal está el Café Venezuela que siempre se ve con fila de gente buscando chocolate caliente y al lado está la Casa del Vínculo y el Retorno, pero no me voy a desviar todavía. Voy a dar una vuelta. Al lado del Bistró del Libertador está el Museo Sacro y ese merece una visita con calma. Se paga una entrada mínima y en efectivo y vale muchísimo la pena. Allí está la piedra fundacional de Caracas -la que encontraron tallada con el mensaje de que la ciudad había sido fundada por Diego de Losada-, trajes de época relacionados al tema religioso, también hay criptas y sepan que está construido sobre un cementerio indio y que también sirvió como una cárcel. Me parece un lugar lleno de energías. 

 

Justo al lado del Museo Sacro y miren, ya le hemos dado la vuelta a la plaza, está la Catedral de Caracas, hermosa, blanca y muy sencilla. Fue construida en 1666 y hasta el terremoto de 1812, que tumbó una de sus torres, era el edificio más alto de toda Caracas. Aquí fue bautizado el Libertador Simón Bolívar (la pila bautismal está en su casa natal) y hay varias capillas. Una de ellas es la de la Santísima Trinidad, donde reposan los restos de los padres de Bolívar y su esposa. Si caminan hacia el fondo se van a encontrar con el famoso cuadro «La última cena», de Arturo Michelena. El artista falleció de tuberculosis antes de finalizarlo y se dice que ese manchón rojo que está en una de las esquinas del lienzo es su propia sangre que escupía al toser, y que con ella estaba pintando uno de los trajes de los discípulos. 

 

Bajamos de nuevo por esa calle, pasamos el Bistró y vemos la Casa del Vínculo y el Retorno, pequeña, restaurada, con alguna información adentro. El único dato que conozco y recuerdo es que allí vivió por un tiempo Bolívar y su esposa. Al frente, está el Techo de la Ballena y no le sigo bien los horarios, porque muchas veces está cerrado cuando debería estar abierto, pero es una librería-café en la que es posible tomarse alguna cerveza fría, una sangría y escuchar recitales de poesía. Más adelante, está Chocolate con Cariño, un lugar en el que he almorzado varias veces, tomado mojitos otras tantas y escuchado música en vivo. Diagonal aparece la plaza El Venezolano y allí mismo está un famoso chichero en la esquina, siempre tiene fila y hay que probarla al menos una vez. En esta plaza solían bailar los viejitos por las tardes, pero creo que ya no pasa y es una lástima porque era lindo verlos. Por aquí es común ver a personajes vestidos de época que van haciendo recreaciones de partes importantes de la historia (un poco amañada) y eso me parece bien. Aquí en la plaza verán una monumento muy, muy feo, de 47 metros de altura que ¿conmemora? los 200 años de independencia. Antes había muchas piñaterías en las instalaciones de lo que antes fue el Convento de San Jacinto, pero el Gobierno acabó con eso. Lo que sí se mantiene es un reloj de sol construido en mármol en 1802 y un monumento con más sentido frente al convento, donde Bolívar expresó su famosa frase: «Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca…», momentos después del terremoto de 1812, y que hoy se lee en la pared del edificio de Fogade, frente de la plaza.

 

En esa calle que baja, está el Museo Bolivariano -desde 1911- y es un lugar de entrada gratuita que bien merece un paseo con calma. Allí está resumida gran parte de la historia de Venezuela y se pueden ver objetos de la época, vestimentas del Libertador, documentos históricos, armas y más. Es una casa colonial muy bonita e interesante. Justo al lado está la Casa Natal de Simón Bolívar, un sitio al que siempre me gusta entrar. Es amplia, llena de patios, corredores y varias habitaciones. El recorrido siempre se comienza por el lado izquierdo, entre cuadros impresionantes del pintor Tito Salas y la propia habitación donde nació Bolívar. En el medio del patio principal se ve la pila bautismal y más adentro, aparece el famoso cuadro de Salas «Mi delirio sobre el Chimborazo», inspirado en un poema escrito por Bolívar. Se ve la cocina, la caballeriza, otros patios. Es muy interesante y bonita. Al final de esa misma calle está un Páramo Café y no está de más hacer una parada. 

 

Si al salir de Páramo caminamos a la derecha por la avenida Universidad, vamos a ver una cuadra más adelante la iglesia de San Francisco, construida en 1593 como un anexo del Palacio de las Academias. Con los años sufrió un montón de modificaciones, pero es un templo muy bonito y fue ahí donde se le otorgó el título de Libertador a Simón Bolívar. También fue allí donde se recibieron los restos de Bolívar, traídos desde Santa Marta, Colombia y que luego pasaron a la Catedral de Caracas. Justo al lado, claro, está el Palacio de las Academias , un edificio bellísimo al que también se puede entrar sin costo alguno. Ha tenido muchos usos, desde un convento hasta, por ejemplo, sede de la Universidad Central de Venezuela. Hoy funcionan allí cinco academias nacionales: Academia Nacional de la Historia; Academia Venezolana de la Lengua; Academia Nacional de Medicina; Academia de Ciencias Políticas y Sociales y Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales.

 

Justo al terminar de caminar esa calle, aparece Metro Center y una de las salidas de Capitolio, la estación de metro. Allí adentro, en ese caos en el que siempre hay que estar alerta, está Fragolate, una heladería artesanal pequeñita, pero que se esmera en sabores del Amazonas como el copoazú, túpiro, arazá, açai; pero también sabores muy venezolanos como la chicha o el dulce de leche de cabra. Los van rotando y provoca probarlos todos, así que siempre me parece una parada indispensable, tanto para perderse en esos sabores como para hacer una pausa del paseo y luego, seguir. 

 

Al subir, como quien intenta volver a la plaza, vemos de nuevo el Palacio Federal Legislativo, hoy epicentro de la situación política del país. Extraño mucho cuando se podía pasar a sus espacios comunes que son hermosos y esos tiempos en que aún permitían hacer alguna visita guiada, pero ya no ocurre. Un poquito más arriba se asoma el famoso hotel El Conde, inaugurado en 1948 y que era de mucho prestigio para la época y por ahí mismo está la Biblioteca Simón Rodríguez, con un techo digno de admirar. A veces, por tiempo, me salto estos dos lugares, pero los menciono siempre. Entonces, vuelvo a la plaza, le vuelvo a dar la vuelta y subo por la calle de la Catedral solo para llegar a Artesano Cafetería, un sitio que siempre está concurrido y en el que podrán conseguir buenos cafés, sandwiches, golfeados, cerveza artesanal, jugos y más, además de venta de charcutería. Hay que ir varias veces para probar distintas opciones del menú. Antes me gustaban mucho más los golfeados, a veces me parece que le colocan mucho papelón y me empalago, pero son ricos. 

 

Subiendo por esta misma calle, vamos a llegar otra vez a la avenida Urdaneta y al cruzar la calle, nos vamos a encontrar casi inmediatamente con la Casa de las Primeras Letras Simón Rodríguez. Adentro hay un café que tiene tortas muy ricas y otros dulces típicos, y su importancia histórica es porque aquí fue donde Simón Bolívar comenzó sus estudios, guiado por el maestro Rodríguez. Conserva el piso original, hay salas con material importante para leer y comprender un poco el pasado. Justo al lado está una casa en honor al prócer cubano José Martí y justo al frente está la Casa de Estudio de la Historia de Venezuela, que merece otro párrafo.

 

Al pasar la puerta de esta casa de estudio, es como olvidarse del caos de afuera. El ruido se va y solo queda una casa colonial, de patios y jardines hermosos y bien conservados. Quien nunca la ha visto se maravilla con los grandes sillones de madera y la gente sentada allí leyendo el periódico o algún libro como si nada. Puede ser que se escuche un piano o algún coro, mientras se va leyendo sobre la historia del lugar. Al fondo, aparece Casa Veroes, un restaurante de comida venezolana de muy alta calidad que siempre está lleno a horas del mediodía y hay que hacer fila para esperar por una mesa. Huele a café recién colado, a dulce, a asado negro, a quesillo, a pescados a punto. Entrar aquí es desconectarse de la ciudad por un rato. 

 

Si seguimos subiendo por esa calle, llegamos al Panteón Nacional -inaugurado en 1875-, donde reposan los restos de ilustres personajes, como Simón Bolívar. Y es ahí donde termina mi paseo, entre esos techos altos llenos de historia que desembocan en el Mausoleo dedicado al Libertador, una estructura que está ahí desde el 2010. Entonces, tocará hacer el camino de vuelta hasta la avenida y seguir a casa para hacer recuento del día, de la historia, de lo visto. 

 

MÁS. La mejor manera para llegar al casco histórico de Caracas es en metro. La estación Capitolio es la más cercana y desde allí pueden comenzar el recorrido. Si utilizan transporte público, la parada es en Santa Capilla y si van en carro (que no se recomienda por lo congestionado de la zona) hay que buscar dejarlo en estacionamientos privados en calles aledañas a la avenida Urdaneta / Si hacen este recorrido y aún les quedan más ganas de caminar, vayan una estación de metro más allá, hasta El Silencio y entonces recorran El Calvario. Ya eso lo conté aquí

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